Finalmente y después de haberme pasado toda la vida dando tumbos en manos de desaprensivos que no sabían cómo tratarme... soportando rutinas interminables, aguantando situaciones inaguantables... viendo cómo me quedaba en un segundo plano, cómo la frialdad y el desprecio me llegaban al corazón... he encontrado a mi pareja perfecta, mi compañera ideal, el amor de mi vida, mi media naranja, mi "contigo hasta la muerte"...
Sí, la he encontrado a ELLA.
La mujer de mi vida, el aire que respiro, el sentido de mi existencia... la que me comprende, me ayuda, me apoya, me completa, me cuida... me vende el Monurol sin receta...
Sí, MI FARMACEUTICA.
Desde que la conozco mi vida ha cambiado. Ya no tengo que pedir cita con un médico de cabecera saturado que la mayor parte de las veces sólo puede atenderme 3 días después de que mis dolores hayan alcanzado un nivel de intensidad que sólo es soportable pasando el día entero en el baño. Ya no tengo que hacer cola en urgencias para que algún advenedizo cansado de atender 40 pacientes en 1 hora me mire con cara de pocos amigos y me pregunte que qué quiero con malos modos.
Esos días han quedado atrás. Mi sufrimiento ha pasado a la historia. Nunca más tendré que volver a pasar por ello.
Ahora la he encontrado a ella, y no pienso perderla. Jamás dejaré que se vaya de mi lado. Nunca.
Su voz es tan dulce cuando me pregunta: ¿Cómo puedo ayudarte corazón? ¿Qué te pasa mi niña? ó cuando me dice: Aquí tienes mi reina, ó Esto no te lo cubre, ó No lo tengo, vida, pásate mañana. Sólo de pensarlo me dan ganas de llorar. Cuánto cariño hay en su voz cuando me dice: No tengo cambio, ¿tienes suelto?, ó Mejor llévate paracetamol que te va a hacer menos daño al estómago...
Es alta, pero no mucho, lo suficiente para llegar a la estantería más alta donde almacenan el ibuprofeno. Delgada, pero sin exagerar, lo suficiente como para caber entre el mostrador y el armario donde guardan la insulina. Sus manos son suaves pero firmes, suficientemente firmes para arrancar el código de barras de las cajas de medicamentos y luego pegarlos con celo sobre las recetas. Lo hace tan bien... Su voz cálida pero potente, lo suficientemente potente para decirme: Son 7 con 35. Todo en ella es fascinante... Su bata... su bata blanca... simplemente increible...
A veces me descubro delante de la puerta de la farmacia. No sé cómo he llegado hasta allí, mis pasos, simple y traicioneramente han seguido ese camino hasta su puerta y allí estoy. Lo cierto es que no necesito nada, me encuentro perfectamente. Desde fuera observo cómo atiende a otras personas. Les sonríe mientras coge sus recetas, pero no me importa, no siento celos. Sé que yo soy especial, que sólo a mí me mira de esa manera tan inequívoca, que sólo a mi me coge las recetas con esa delicadeza que la caracteriza. Sí, a mí me vende el Monurol sin receta... Sí, es la mujer de mi vida...
Entro y me mira con ese aire tan profesional... Me acerco...
-Buenos días, reina -me dice con esa voz tan de farmacéutica...
-Hola. ¿Tienes Monurol?